Los niños pequeños nos enseñan que lo que están viviendo es experimentar y lógicamente no entienden lo que es la responsabilidad, no son responsables de sus actos porque en todo momento lo único que hacen es experimentar lo que viven, por ejemplo; cuando ríen o lloran no saben exactamente lo que ocurre, solo están respondiendo a un reflejo natural de aprendizaje que finalmente les lleva a una emoción y eso es lo que importa, experimentar el llanto y la risa tal cual les llega la experiencia a conocer…
Llegados a este punto, los adultos, cuando aún no hemos madurado una nueva situación, es decir cuando experimentamos algo que atañe a nuestra alma, a nuestro crecimiento personal, al principio nos quedamos disfrutando sin pretender algo más y no interiorizamos del todo la responsabilidad del momento único que se está viviendo.
De adultos, las experiencias llevan el complemento de la conciencia de quien somos y esto nos remite automáticamente al esfuerzo de responsabilizarse de los actos acometidos, claro siempre dependiendo del grado de necesidad o interés que tengamos en lo que experimentamos.
De todo esto podemos concluir diciendo que disfrutar de la experiencia es hermoso, aunque si lo integras a tu vida diaria y lo compartes, se obtiene un resultado aún mayor.